El problema de la postergación planificada es que no es una distracción sin más; y menos aún un descanso. No es ver vídeos de gatos ni perderse en redes sociales. Es un abismo aún peor. Es la sensación reconfortante de estar avanzando cuando, en realidad, lo único que se avanza es en la construcción de una ilusión. La ilusión de que prepararse es lo mismo que hacer, de que analizar es lo mismo que ejecutar. Y como el plan es tan sólido, tan bien argumentado, se vuelve inmune a la crítica.